TOM HANKS, HARRISON FORD O TOM CRUISE SON LOS CHICOS BUENOS DE HOLLYWOOD, HÉROES PERFECTOS A LOS QUE CUALQUIERA ACUDIRÍA ANTE UN PROBLEMA, PERO TAMBIÉN ELLOS SE HAN PASADO ALGUNA VEZ AL LADO OSCURO. Y DABAN MUCHO MIEDO. Por Rodrigo Maldonado
Hollywood es maniqueo por definición, un universo donde los buenos son muy buenos y los malos, muy malos. No hay término medio ni matices. Como mucho hay malos que al final se vuelven buenos y buenos que ceden –en un momento de flaqueza- a la inercia o a los bajos instintos antes de renacer para salvar a una huérfana descarriada, a su comunidad o al mundo. Por eso, la división de los actores suele ser igual de clara, a lo que se suma esa tendencia tan hollywoodiense al encasillamiento.
Tenemos malos perfectos, como Gary Oldman; malos que parecen malos aunque intrerpreten a buenos, como Jack Nicholson; buenos comedidos, como Edward Norton; y buenos de verdad, héroes tan intrínsecamente bondadosos que consiguen interpretar al casi único oficial bueno en toda la Alemania nazi (como Tom Cruise en Valkiria), que salvan galaxias con el mismo desparpajo con el que recuperan joyas de indudable valor histórico-artístico (Harrison Ford), que son el yerno, el padre y dentro de poco el abuelo perfectos (Tom Hanks) o la eterna novia de América (Julia Roberts).
Pero aunque Hollywood sea maniquero, el ser humano es dual, y todos portamos sobre un hombro al angelito que nos recuerda nuestras obligaciones y sobre el otro a un diablillo con cuernos y rabo que nos anima a dejarnos llevar, aunque sólo sea por una vez, por nuestros deseos más egoístas.
En el caso de los actores, lo que suele primar es labrarse una buena carrera en Hollywood y asegurarse su participación en las películas más taquilleras; esto es, ser el bueno de la peli. Una vez lograda cierta posición, muchos vuelven sus ojos al mal, pero como reto profesional, dicen. Otros lo hacen por desencasillarse. A casi todo el mundo le gusta hacer alguna trastada de vez en cuando, sobre todo si te pagan por ello. Y sin cargo de conciencia, porque, ya se sabe, en el cine todo es mentira.
Tom Hanks en Camino a la perdición.
Uno de sus primeros papeles fue en un capítulo de Vacaciones en el mar. Con esos comienzos no extraña que hiciera de chico bueno en 1, 2, 3 Splash, Big o Joe contra el Volcán; que luego se pasara a papeles más sensibles, como en Algo para recordar, Philadelphia o Forrest Gump, y más tarde derivara a héroe de acción (derivación que se podía haber ahorrado Tom “blandito” Hanks) en Apolo 13, Salvar al soldado Ryan o El código Da Vinci.
En el año 2002, después de volver famélico de la isla de Náufrago, volvió a engordar para encarnar a Michael Sullivan, un mafioso de los años de Al Capone en Camino a la perdición. Mafioso, sí, pero Tom Hanks en estado puro: su mayor alegría es ver que su hijo no sigue sus pasos.
Matt Damon en El talento de Mister Ripley
Nació con una cara de niño bueno que le convierte en el yerno perfecto, en un indomable Will Hunting a quién es imposible no coger cariño o en un soldado Ryan que merece ser salvado a costa de la vida de otros. Hasta en la saga Ocean’s el espectador no puede evitar ponerse del lado del atracador. Por no hablar de la saga Bourne, en la que la amnesia hace que un agente secreto implacable muestre su verdadera naturaleza de tipo con corazón.
Pero también fue Tom Ripley en la adaptación de la novela de Patricia Highsmith, dirigida en 1999 por Anthony Minghella, y tuvo que meterse en la piel de un joven sin escrúpulos que a su vez se mete en la piel de un joven millonario. Pero Matt es tan buen chaval que hasta a sus personajes les cuesta ser malos.
Nicole Kidman en Todo por un sueño
Ahora es una estrella. Y hay muchos ejemplos que nos ayudan a encasillarla: Australia, Cold Mountain, Moulin Rouge… pero fue el papel de mala en un pequeño filme al inicio de su carrera lo que le abrió las puertas del star system.
Esa película fue Todo por un sueño (1995), de Gus van Sant, en la que interpreta a una mujer dispuesta a lo que haga falta, hasta matar a su marido, para lograr su sueño: ser presentadora de televisión.
Tom Cruise en Collateral
Y qué puedo decir de este casi cincuentón de aspecto eternamente joven. Dio sus primeros pasos profesionales en cine interpretando a un adolescente con fondo tierno en Risky Business. Más tarde hizo de príncipe azul con todas las letras en la fantasía romántica Legend antes de calzarse el uniforme de piloto y protegernos de los Mig rusos en Top Gun, de los males de la guerra en Nacido el cuatro de julio, de los malos de turno en Misión imposible, de los marcianos en la Guerra de los mundos (otro que se lo podía haber ahorrado, puaj!).
Debido, tal vez, a que su participación en El último samurái (2003) le había permitido ya encarnar los ideales que, según sus propias palabras, ha perseguido toda la vida (lealtad, compasión y responsabilidad), decidió a continuación sumergirse en todo lo contrario y hacer por una vez de asesino a sueldo en Collateral (2005), de Michael Mann. Porque un contrapeso de traición, crueldad y mentiras nunca viene mal.
Ben Affleck en La sombra del poder
Es otro de los actores de la nueva hornada llamado a suceder a los héroes de la generación anterior. Tuvo su puesta de largo en El indomable Will Hunting, a la que siguieron Armaggedon, Shakespeare in Love, Pearl Harbor o Daredevil, que le permitió encarnar a su superhéroe favorito de la infancia.
No ha tardado mucho en probar el sabor del mal. En La sombra del poder es un político intachable pero de actos no precisamente irreprochables.
Julia Roberts en La boda de mi mejor amigo
Parece que esta chica sólo tiene un lado, resplandeciente, sobre todo cuando saca a relucir la sonrisa más famosa (y cara) de Hollywood. Una mujer así sólo puede interpretar papeles como los de Pretty Woman, Todos dicen I Love You, Notting Hill, Novia a la fuga, Erin Brockowich, La sonrisa de Mona Lisa… Y hasta al hada Campanilla de Hook.
En sus últimas películas parece que va girando hacia papeles más profundos, más maduros, pero no malvados. Su único personaje moralmente cuestionable es el de Julianne Potter en La boda de mi mejor amigo (1997), aunque la maldad de su personaje se limita a conseguir que su amigo de toda la vida no se casa con la chica ideal, sino con ella. Es una puñeta, pero al menos no mata a nadie.
Harrison Ford en Lo que la verdad esconde
El héroe por antonomasia desde que, a los mandos del Halcón Milenario, se lanzó a salvar una galaxia muy, muy lejana y encima renunció a quedarse con la chica. Luego se puso el sombrero de Indiana Jones, fue un abogado que se vuelve bueno en A propósito de Henry, participó en un Juego de Patriotas, fue el presidente a bordo del Air Force One…
Por fin, en el año 2000, y tras un par de batacazos de crítica y taquilla, Ford sacó el malo que llevaba dentro en Lo que la verdad esconde, dirigida por Robert Zemeckis. Bajo la fachada impecable de un actor (o un famoso científico en este caso) se pueden ocultar abismos…